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No hay renovación sin fe

Actualizado: 20 oct 2024



¡Creer! He allí toda la magia de la vida”.

Raúl Scalabrini Ortiz.


En este momento histórico cada vez son mayores las voces que claman por una renovación del movimiento peronista. Hay una ansiedad por construir una salida a este presente lúgubre. Sabemos que el peronismo es la única solución argentina a este desastre de gobierno de ocupación, porque es el único movimiento que puede presentar un proyecto político con la Patria adelante. Pero la gran pregunta que todos nos hacemos es: ¿qué peronismo va a ganarle a Milei? 


En los círculos sobre-politizados porteños abundan reclamos por construir un nuevo peronismo aggionardo, adaptado a los nuevos tiempos: desarrollista, productivista, que promueva una actualización de las relaciones laborales, que entienda que el equilibrio fiscal es innegociable, etc. etc. etc. Nosotros estamos a favor de una renovación programática que ponga el eje en la producción y en el trabajo y creemos que es esencial una discusión sobre cómo adaptar las banderas del peronismo a este mundo nuevo que estamos viviendo. Pero hay que entender que sin una metodología peronista y sin una conducción política unificada, no hay posibilidad de realizar ese programa en los hechos. Ideas hay, debemos definir quién las encarne y con qué método político.


No, con conversatorios no alcanza y con miradas superficiales que piensan que el único problema es “la falta de programa”, menos. Disfrazarnos de macristas y abrazarnos con Larreta no sirve para sumar un voto, porque al final de cuentas pensar la cuestión electoral antes que la cuestión programática/representacional es volver a caer en la misma trampa de fracasos anteriores. Todo esto, también, con el peligro de una crisis identitaria sobre qué construir. Sin el surgimiento de una conducción política que se anime a jugar y salga del conformismo en el que estamos sumidos todos (dirigentes y militantes), es imposible. Y ahí juega el peronismo. La construcción de una nueva mayoría necesariamente tiene que surgir desde el peronismo y luego apuntar a representar más sectores. No podemos disfrazarnos de algo que no somos. Los consensos y los acuerdos deben existir, porque así es el juego liberal democrático, pero se deben construir en base a un modelo de país, a una idea, que aún parece no estar clara.


La ansiedad por construir el consenso por el consenso mismo es un camino que nos terminó dando un juego de suma cero, no representar a nadie. ¿A quién queremos representar? A la única clase de hombres y mujeres: los que trabajan. ¿Sobre qué programa político? Nadie duda de que si queremos ganarle a Milei vamos a tener que representar a más sectores de la sociedad, no a menos, pero no por ello tenemos que renunciar a nuestras convicciones más fundamentales. El pragmatismo es un atributo esencial del peronismo, pero no se trata del pragmatismo por el pragmatismo mismo, no vale todo. Es un pragmatismo con sentido, orientado a la felicidad del pueblo y la grandeza de la nación. Un pragmatismo en nombre del interés nacional.


Sin una noción clara de en qué consiste el interés nacional y sin explicitarla a los compañeros, el pragmatismo puede ser visto como mero oportunismo. Como ya ha pasado en las últimas campañas electorales donde abundaron las discusiones estéticas. Y no hay nada, pero nada, que genere más rechazo que el oportunismo. Y acá empieza a perfilarse lo que consideramos el problema más grande del Movimiento: la falta de fe. 


Dejamos de creer en el peronismo, en nuestras ideas y en nuestra conducción. Derrota tras derrota (tanto las electorales como las sociales y económicas), la política dentro del Movimiento Nacional se fue volviendo cada vez más una pantomima vacía de significado real. Usamos los símbolos, tenemos la foto de Perón y citamos sus frases, disputamos el Partido, pero cada vez más alejados de la realidad de los laburantes y de los no-politizados en general. Todo se fue volviendo acartonado, una gimnasia mediocre guiada por la pura inercia donde nadie se la juega de verdad y todos cuidan su quintita personal (ya sea su municipio, su provincia o su rol). La falta de fe en algo más grande es la principal fuerza desnacionalizadora.  


Este panorama de nihilismo y falta de fe, es un buen caldo de cultivo para que siga profundizándose dentro del peronismo el discurso individualista y onegeísta (sin ánimo de ofender a las personas que laburan en el tercer sector). Cada vez más, los cuadros intermedios parecen cortados con la misma tijera, faltos de creatividad y de coraje. Los cuadros intermedios de todo el peronismo (diría la generación que tiene entre 30 y 45 años en la actualidad) se han formado en los mismos lugares que los dirigentes intermedios del radicalismo y del macrismo. Esto no es necesariamente nocivo, hasta que empezamos a darnos cuenta que es síntoma de una uniformidad estética que esconde un profundo vacío conceptual detrás. Todos con sus tiktoks inútiles impostando que toman mate y que les interesa algo de lo que le pasa a nuestro pueblo. Si todos nos vemos iguales y decimos las mismas cosas, pero en el fondo no tenemos la más pálida idea de qué proyecto de país queremos, se hace cuesta arriba. 


De nuevo, sabemos lo esencial que es el diálogo político y la amplitud, pero es fundamental entender el para qué de ese diálogo e ir construyendo márgenes de autonomía y decisión. Si no se lo instrumentaliza de esa manera, se corre el riesgo de sacrificar toda autonomía, toda construcción de poder, para caer en manos de intereses foráneos y de filántropos “generosos”. 


Hay que reivindicar la construcción de poder, que nunca es coerción o cortar puentes con otros actores, sino ir construyendo márgenes de autonomía en un tira y afloje constante. Y no, la debilidad, la cobardía y el “buenismo” tampoco llevan a buen puerto. Necesitamos más dirigentes que sean capaces y tengan la espalda para plantarse. La política no es un mero gestionar, es negociación constante, es aplicar palo y zanahoria con todos los actores en la mesa para ir obteniendo lo mejor para el pueblo. Es, como diría Perón, conformarse con el 50% de lo que uno quiere y ceder el 50% a los demás pero con la inteligencia de quedarse con el 50% más importante.


Nadie niega la importancia de tender puentes con otras fuerzas políticas, pero de eso a decir y ser todos lo mismo, hay un largo trecho. Si seguimos avanzando en la construcción de ese nuevo sentido común acrítico dentro de los dirigentes medios, no hacemos más que dejarle servido a Milei un nuevo triunfo en bandeja. Como dijimos antes: el consenso por el consenso mismo no es la salida. Si nos juntamos todos los anti-mileístas en un gran “frente antifascista”, corremos el riesgo de que Milei pueda decir “se juntaron los mismos de siempre, la casta, contra mí”. Derrota asegurada para el Movimiento Nacional. También corremos el mismo riesgo de “ganar y ver qué hacemos”. El ganar por ganar sin proponer un país le da la razón a los argumentos de los que nos acusan de casta y a la larga nos hace enfrentar los mismos problemas que tuvo la gestión del Frente de Todos. Si hay unidad tiene que ser una unidad con sentido. Y si hay una unidad mayor, tiene que ser una unidad con un sentido mayor todavía.


El panperonismo tiene que tener un diferencial propio manteniendo la unidad, porque si pasamos a mimetizarnos con aliados circunstanciales, corremos el riesgo de achicarnos aún más. Se trata de ampliar sin perder la esencia, teniendo un porqué. 


En el fondo, el gran problema que detectamos es la falta de fe en nuestro propio relato, en nuestra narrativa y en nuestra visión del mundo, que nos lleva a querer tomar prestados otros relatos. Creemos que esta falta de fe tiene su origen en el agotamiento del ciclo kirchnerista y en la imposibilidad de construir su superación por la impericia de la dirigencia en gestar un recambio ganándole a la anterior conducción del Movimiento. Nadie se le anima y nadie es capaz de ganarle y construir algo nuevo. 


Sin nadie animándose a construir una nueva narrativa y a ejercer el poder, si todos siguen especulando con cuidarse el orto y sus cajas, es imposible que la militancia y el pueblo vuelvan a creer en algo más grande. Seguimos sin tener un relato unificador y un liderazgo que inspire a nuevas grandes gestas. 


Quizás la última vez que sentimos algo parecido al latido de la fe en nosotros haya sido entre junio y noviembre del año pasado. Quizás por eso seguimos militando tan convencidos en el Frente Renovador. Lo que hizo Sergio Massa el año pasado fue de un patriotismo y un arrojo que hace muchos años que no veíamos. Cuando parecía que el gobierno volaba por los aires por la falta de conducción, Massa se puso al hombro la economía en 2022 en el contexto de mayor falta de legitimidad del peronismo en su historia. Y contra todo pronóstico y con todas las encuestas en contra, asumió el desafío de ir como candidato a Presidente, volviéndonos competitivos en el peor momento de la historia del peronismo reciente y logrando una unidad nunca vista desde hace años. Fue milagroso el resultado electoral en ese panorama, fue milagroso sostener la economía frente a los shocks de la sequía y de las elecciones. 


Lo de Massa fue una apuesta total en nombre de algo mayor y nadie puede negar que en esos meses volvimos a tener fe después de mucho tiempo. En este contexto donde todo está tan particularizado, donde todos defienden su quintita y su causa personal, él se animó a buscar una síntesis peronista y a construir una nueva conducción para el Movimiento. 


Por esa fe y por lo que nos sigue inspirando el compañero, lo seguimos. Y eso que nos siguen acusando de oportunistas y veletas, a pesar de que somos los únicos que no nos aferramos a ninguna caja y seguimos militando y aportando a la unidad desde nuestro lugar. Porque Massa lo tiene clarísimo: sin unidad es imposible que le ganemos a Milei. Y sin renovación tampoco.


Y perdonen que nos pongamos a defender a nuestro dirigente, pero creemos que es fundamental que entiendan por qué estamos tan convencidos de que es con él lo que viene, en el rol que elija, sin dejar de animarnos a la discusión interna con los compañeros de todas las tribus del panperonismo. 


Nos consideramos custodios de esa fe que volvimos a sentir durante la campaña del año pasado y que queremos reanimar y expandir, porque no nos mueve la pura nostalgia, nos mueve la convicción de que ahí está la solución para el nihilismo que asola al Movimiento. 


Ojo, esta reivindicación del liderazgo Peronista y de la fe, no significa seguir profundizando el manoseo de los símbolos e impostando un peronismo de Perón tirapostero o esencialista. No hay nada más posmoderno que eso, hacer un acting de peronismo clásico en un mundo completamente distinto. No se trata de eso, sino de volver a inspirar a los compañeros, de eso se trata el ejercicio de la conducción política, de la osadía y de la creatividad para construir nuevas salidas. Necesitamos más compañeros que se animen como se animó Massa el año pasado. 


Esto no es un “animémonos y vayan”, nosotros estamos intentando profundizar en ese arrojo. Que no implica hacer cualquier cosa y ver que sale, o ser rebeldes por ser rebeldes, sino aplicar la estrategia y lo que nos legó el General a la unificación y ordenamiento de un peronismo que vuelva a conectar con lo popular. 


Quizás, lo que intentamos de inspirar a nuestros compañeros de organización y que queremos transmitir con este manifiesto, es la importancia de volver a pensar en algo más grande que nosotros. De abandonar el particularismo y arrancar a organizarnos de nuevo, tratando de impedir que los pibes con vocación por lo público se alejen de la política porque es todo una mierda. De incentivar y de recuperar ese viejo y gastado apotegma peronista: “primero la Patria, después el Movimiento, y por último los hombres”. Tenemos que volver a formarnos para poner en primer lugar a la Patria, en segundo lugar al Movimiento, y al final de todo las ambiciones individuales. Si seguimos ejerciendo el liberalismo y priorizando las individualidades, vamos a seguir perdiendo la fe. 


Tenemos que tener una estrategia no-individualista (justicialista) para enfrentar este mundo individualista. Sabiendo que hay sectores de la sociedad a los que sólo vamos a llegar apelando al individualismo, pero entendiendo que si para ello nos volvemos libertarios, habrá ganado nuestro adversario. 


No hay renovación sin fe. No tenemos duda que necesitamos una renovación programática, pero no alcanza con ello, necesitamos también una conducción política que nos haga creer y que se anime a encarnar ese nuevo programa sin abandonar lo mejor de la tradición peronista, que se ejerce, no se declama. Sólo ante un ejercicio concreto de la conducción vamos a empezar a creer de nuevo. El juego está abierto. 


Felipe Romero, Santiago Alvarez y Dante Stambuk

Militantes del Frente Renovador


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