El fin de la esperanza: Efectos colaterales de una pandemia
- D. E. Romani
- hace 6 días
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La pandemia del COVID-19 no solo dejó una estela de muerte y encierro. Supuso también el profundizador de una transformación silenciosa, general y persistente: lisa y llanamente el colapso de la esperanza colectiva. Mientras el mundo se encerraba en cuarentenas, se abría paso un nuevo tipo de subjetividad, marcada por el individualismo extremo, el miedo al otro y la desconfianza hacia cualquier forma de lo común y lo público. En este ensayo, proponemos que los efectos colaterales de la pandemia exceden a lo sanitario: nos encontramos frente a una reconfiguración de los vínculos sociales que se traduce en el creciente ascenso de nuevas derechas, acompañado por el resurgimiento de un discurso de masculinidad violenta y una desconexión generalizada con los proyectos políticos colectivos. A diferencia de otros grandes cataclismos de la humanidad —como la Segunda Guerra Mundial— que impulsaron formas de solidaridad, el COVID-19 parece haber reforzado la descomposición social. En este marco, afirmamos que estamos transitando el tiempo del fin de la esperanza, donde el individuo triunfa sobre la comunidad y la hiperconexión digital convive con la atomización humana y la soledad estructural.
Cambios en la subjetividad contemporánea
Durante los meses de aislamiento, las redes sociales y las plataformas digitales se convirtieron en el único puente con el exterior. Sin embargo, esta hiperconexión no implicó necesariamente una mayor cercanía humana: la pantalla medió los vínculos, los cuerpos se volvieron amenazas, y el otro pasó a ser un posible foco de contagio.
En este sentido, el autor Byung-Chul Han advierte en “La sociedad del cansancio” (2010) que vivimos en una era donde el exceso de positividad, autoexplotación y rendimiento generan sujetos exhaustos. La pandemia profundizó este fenómeno, aislando aún más a los individuos en una lógica de productividad digital y aislamiento físico. A su vez, en “La expulsión de lo distinto” (2017), Han sostiene que la eliminación de la otredad es uno de los signos del presente: la pandemia reforzó esta idea al volver sospechoso a todo aquel que no compartiera nuestra burbuja.
Zygmunt Bauman, por su parte, ya advertía en Modernidad líquida (2000) que las relaciones humanas se tornaban frágiles, fugaces y utilitarias. La pandemia no solo no revirtió esta tendencia, sino que la aceleró. En un contexto de encierro, la búsqueda de vínculos significativos fue sustituida por interacciones virtuales inmediatas, desechables y poco comprometidas. Eva Illouz también ha descrito, en La salvación del alma moderna (2006), cómo la psicología emocional contemporánea fomenta una idea de autoconocimiento que se desconecta del vínculo con los demás, reforzando la idea de que el bienestar es un proyecto individual.
Avance de la misoginia y la masculinidad reaccionaria
El confinamiento también trajo un aumento alarmante de la violencia de género. El encierro en los hogares expuso a muchas mujeres a convivir con sus agresores, sin acceso a redesde contención. A nivel cultural, este periodo fue aprovechado por figuras que promueven masculinidades misóginas, como Andrew Tate o Jordan Peterson, quienes ganaron miles de seguidores durante la pandemia.
Rita Segato, en “La guerra contra las mujeres” (2016), sostiene que la violencia patriarcal es una forma de dominación política que se ejerce sobre los cuerpos feminizados como forma de control social. La pandemia, al reforzar el aislamiento y las jerarquías familiares tradicionales, exacerbó estas dinámicas. Judith Butler, en “El género en disputa" (1990), ya había planteado que las normas de género son construcciones que pueden ser subvertidas, pero el encierro tendió a reforzar roles tradicionales y regresivos.
El auge de la ultraderecha y la erosión del lazo social
La desconfianza en las instituciones, el descreimiento en la ciencia y el rechazo a lo colectivo fueron fenómenos que acompañaron el ascenso de proyectos políticos de ultraderecha en muchos países. Desde el negacionismo del virus hasta el rechazo de las vacunas, lo que se evidenció fue una fractura del contrato social.
Wendy Brown, en “El pueblo sin atributos” (2016), muestra cómo el neoliberalismo convierte a los ciudadanos en emprendedores de sí mismos, eliminando la noción de lo común. Esta subjetividad neoliberal se intensificó en pandemia, cuando el cuidado dejó de ser una responsabilidad colectiva y se volvió una elección individual. Mark Fisher, en “Realismo Capitalista” (2009), señala que hoy cuesta imaginar una alternativa al capitalismo. El COVID-19, lejos de abrir nuevas utopías, reforzó ese imaginario: el colapso fue gestionado bajo lógicas neoliberales y no comunitarias.
Antonio Gramsci escribió que "el viejo mundo se muere y el nuevo tarda en aparecer; y en ese claroscuro surgen los monstruos". Hoy transitamos ese claroscuro, donde el debilitamiento del lazo social abre paso a discursos individualistas de ultraderecha que prometen libertad, orden y sentido a una sociedad desorientada.
Cataclismos comparados: Segunda Guerra Mundial vs. Pandemia COVID-19
Si tenemos que buscar algún hito histórico comparable a la magnitud de la pandemia que sufrió la humanidad al comienzo de la tercera década del nuevo siglo, tenemos que remontarnos a 1930-1940, con el avance de los proyectos fascistas y su desenvolvimiento en la Segunda Guerra Mundial. A diferencia de la Segunda Guerra Mundial, donde el horror generó una reacción colectiva en forma de pactos sociales, políticas redistributivas y organismos internacionales (ONU, Estado de bienestar), la pandemia no parece haber generado una dirección común. El trauma global fue vivido de forma privada, sin rituales colectivos, sin reparación simbólica. La guerra, con toda su brutalidad, permitió imaginar reconstrucciones. El COVID-19, en cambio, dejó una sociedad más dividida, más escéptica y más encerrada en sí misma.
Conclusión
La pandemia del COVID-19 fue un punto de inflexión no sólo sanitario, sino existencial. Su mayor efecto colateral fue la consolidación de una subjetividad hiperindividualista, desconectada de lo común, que favorece proyectos políticos autoritarios y masculinidades misóginas. El lazo social, ya fragilizado, sufrió una ruptura difícil de restaurar. Pareciera que el humano se rindió, que aceptó que la desigualdad, la pobreza, la discriminacion, la contaminación ambiental, la explotación indiscriminada de recursos naturales y la violencia, es el alma mater de la vida humana, es la principal característica de la especie, y no solo eso, si no que la acepta y la sostiene.
Lamentablemente, los hechos que ocurren a diario nos hacen pensar y reflexionar sobre la vida en sociedad, sobre intentar hacer de este un mundo mejor, pero vamos en un camino hacia lo opuesto. Acumulacion exacerbada de riquezas y pobrezas extremas conviven a su vez a metros de distancia. Esto es así desde que el mundo es mundo, pero por lo menos existían proyectos en el imaginario colectivo que proponían el cambio. Parece que este imaginario cambió, el ser humano se cansó y se rindió, la familia, el individuo, lo colectivo, lo social, sufrieron una fractura que no ve reparación en el corto plazo. La humanidad bajó los brazos y tiró la toalla en esa lucha por una vida más justa, donde todos y todas tengan acceso a una educación digna, acceso a un sistema de salud, y a un proyecto de vida que sea trazable, sin estar condicionado por una posición esclavizante y determinista de la estructura social.
Lamentablemente se entiende que la ciencia, el estado y lo público es disfuncional, no sirvió para reducir las desigualdades, sino más bien todo lo contrario, profundizó las desigualdades. Pero este otro camino, el ultraliberal, parece aún peor. En la imaginación de estos modelos solo queda ver el hambre y la desintegración de grandes porciones de población que quedan al despecho de su pobre realidad culpabilizando su falta de capacidad individual para desarrollarse en una sociedad cada vez más cruel y competitiva. En esta nueva etapa histórica, el "fin de la esperanza" no es simplemente una metáfora: es una advertencia. Recuperar la empatía, la comunidad y el compromiso colectivo será el desafío ético y político más urgente del presente.
BIBLIOGRAFÍA UTILIZADA
Bauman, Zygmunt. Modernidad líquida. Fondo de Cultura Económica, 2000.
Brown, Wendy. El pueblo sin atributos. Malpaso Ediciones, 2016.
Butler, Judith. El género en disputa. Paidós, 1990.
Fisher, Mark. Realismo capitalista. Caja Negra Editora, 2016.
Han, Byung-Chul. La sociedad del cansancio.
Herder, 2010. Han, Byung-Chul. La expulsión de lo distinto. Herder, 2017.
Illouz, Eva. La salvación del alma moderna. Katz, 2006.
Segato, Rita. La guerra contra las mujeres. Traficantes de Sueños, 2016.
Gramsci, Antonio. Cuadernos de la cárcel. Ediciones Era, varias ediciones.