Francisco en mí
- Gustavo Pedro Vera
- hace 5 días
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No me puse contento cuando Jorge Bergoglio fue ungido Papa el 13 de marzo del año 2013. No sólo no me puse contento, sino que hasta despotriqué por su elección en aquello que ya para esa época era una cloaca y hoy en día es directamente es un mar de excremento: las redes sociales. Mi vida por aquella época se basaba casi exclusivamente en defender cada una de las cosas que hacía y declaraba el gobierno de Cristina y él, el cardenal primado de Buenos Aires, había sido tomado por nosotros como un adversario político por haber tenido dos o tres debates con el kirchnerismo.
El día que eligieron como Papa a Francisco yo tenía 29 años, mi relación con la Iglesia era inexistente, y con el catolicismo era aún menor. Sabía que odiaba a la Iglesia, estaba a favor de separar la Iglesia del Estado y de toda consigna que mezcle lo religioso con la política. Se podría decir, sin temor a equivocarme, que a los 29 años ya era un pelotudo grande. Puede ser. Pero a lo mejor, y sólo a lo mejor, no era toda culpa mía, formado en la ultra-secular Universidad de Buenos Aires, donde es más fácil que te den para leer a cualquier cuatro de copas francés o alemán que casi siempre te cuentan de cosas que poco tienen que ver con la realidad de nuestra tierra que por ejemplo a Dussel. No me da vergüenza decirlo que, aunque me reivindicaba como Peronista, no era más que un liberal de izquierda. Cierto que nunca fui de esos iluminados que critican a aquellos que son devotos “porque no está en la fe la lucha contra la explotación”, pero nada tenía que ver con la Iglesia y su evangelio. Ahora entiendo que, valga la redundancia, no lo entendía.
Lo paradójico de mi ateísmo ortodoxo era mi fascinación por la historia del cristianismo. La teología ya para esa época me fascinaba -aún me fascina- y había leído la biblia; los textos de Pablo los amaba y devoraba todo libro o novela sobre el tema. Los que más me gustaban eran esos best-sellers de Morris West que contaban toda la rosquita política de la Iglesia. Pero todas mis lecturas eran desde un lugar adverso a la Iglesia y su prédica.
Entonces fue cuando escuché con atención a Francisco por primera vez en el año 2015, durante su viaje a Bolivia. Ya me había encontrado con algunos fragmentos de sus discursos, en los que para sorpresa mía, estaba de acuerdo con el papa, pero todavía desconfiaba, o lo miraba de reojo. Pero allí Francisco dijo cosas como:
“La voz de los pastores, que tiene que ser profética, habla a la sociedad en nombre de la Iglesia madre, desde su opción preferencial y evangélica por los últimos. (…) No se puede creer en Dios Padre sin ver un hermano en cada persona, y no se puede seguir a Jesús sin entregar la vida por los que Él murió en la cruz”.
“Nos necesitamos unos a otros. Si la política se deja dominar por la especulación financiera o la economía se rige únicamente por el paradigma tecnocrático y utilitarista de la máxima producción, no podrán ni siquiera comprender, y menos aún resolver, los grandes problemas que afectan a la humanidad”
“Queremos un cambio, un cambio real, un cambio de estructuras. Este sistema ya no se aguanta, no lo aguantan los campesinos, no lo aguantan los trabajadores, no lo aguantan las comunidades, no lo aguantan los pueblos… Y tampoco lo aguanta la Tierra, la hermana Madre Tierra como decía San Francisco”
“Ninguna familia sin vivienda, ningún campesino sin tierra, ningún trabajador sin derechos, ningún pueblo sin soberanía, ninguna persona sin dignidad, ningún niño sin infancia, ningún joven sin posibilidades, ningún anciano sin una venerable vejez. Sigan con su lucha”
Y entonces mi relación con él se transformó definitivamente. Un papa, esa figura que yo siempre había asemejado con la opresión de los pueblos, me contaba el evangelio desde otro punto de vista; desde su verdadero punto de vista.
En al año 2016 nació mi hijo. Su madre, creyente ella, quiso bautizarlo. Si hubiera tenido un hijo años antes jamás hubiera accedido. Pero aquella vez acepté. Puse mis condiciones, es cierto: lo hicimos en una unidad básico, con un cura amigo de esos que viven con y por los pobres, y elegimos cada uno varias madrinas y padrinos. Fue una ceremonia sencilla pero hermosa.
Creo que desde ese momento empecé a tomar a Francisco como mi gran referente político a nivel mundial, ese hombre que había venido del sur del mundo, de un país semi-colonial, se convirtió en sus años de papado en la figura central de la contra hegemonía mundial. El dirigente mundial, el único tal vez, que nos hablaba de comunidad, de hermandad, de no hacerle caso al dios mercado, de fraternidad y de ponerse siempre en el lugar del otro que sufre. Entonces volví a leer las biografías del hombre, pero abandoné los textos de los liberales de izquierda que lo odiaban justamente por eso, por ser liberales. Me encontré con un hombre humilde, que toda su vida había luchada desde el interior de la institución más importante de la historia por sus ideas, pero sin ser un renegado, sin ser un hippie. Porque no se trata de tomar el Palacio de Inverno de un día para el otro para que después de tomarlo todo siga igual de mal para los humildes pero con canciones obreras. Se trata de mirar el evangelio, de ver como Jesús convencía, persuadía, aglutinaba, hacía participar a sus seguidores, que no es lo mismo que democratizar, tiene que ver con la idea de generar comunidad, de generar lazos sociales entre hermanos, de generar participación.
Finalmente me cruce con su “Laudato Sí”, ese texto que nos habla de nuestra casa común, que parece si se lo lee con poca agudeza, pareciesen sólo palabras que intentan que tomemos conciencia sobre los destrozos que le genera el hombre a la naturaleza de nuestra tierra. Sin embargo, si se lee con atención, es mucho más que eso. Es la idea fraterna de que los hombres para realizarse, para poder vivir en paz, necesitan tener pan, techo y trabajo. Necesitan vivir en comunidad organizada, planificada y amorosa. Y entonces, claro está, se relaciona inmediatamente con el peronismo. Porque qué otra cosa es la Doctrina Social Justicialista, si no la idea de vivir en comunidad y con justicia social, desde una perspectiva profundamente humanista y cristiana.
Hoy, a mis 41 años, todavía no sé si creo en Dios. No suelo ir a la iglesia, ni tampoco participo de los sacramentos de la Institución. Pero sí puedo decir que Francisco me hizo conectar por primera vez en la vida con la espiritualidad, me hizo entender cuál era el mensaje de Jesucristo, cuál era su objetivo y por qué se dejó matar por la humanidad. Ya no creo de ninguna forma que el Estado debe estar separado de la Iglesia, porque este un país donde el pueblo, sujeto político del peronismo, es profundamente católico y creyente, no resiste ningún análisis en pensar que un militante pueda ir en contra de las creencias de aquellos por los que dice luchar. Francisco me hizo entender además que, a pesar de tantas cosas, uno cuando se pone viejo y mañoso ya no soporta. Sigo militando, y lo sigo haciendo, sin dudas, porque nadie se salva solo.
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